Lugares mágicos
Coger el coche y
perderse. Deambular por carreteras, sin mapas, sin navegadores, sin rumbo, sin destino. Me gusta coger el coche y perderme por las carreteras.
En verdad nunca me he atrevido a coger el coche y perderme en sentido literal. Siempre he tenido un destino fijado:
volver a casa o irme de casa, es lo mismo. Pero sí que me he salido de los caminos habituales en busca de nuevos parajes.
A veces esos parajes los encuentras también siguiendo el camino planificado. Y así llegas a lugares mágicos, bien porque esconden algo, bien porque transmiten algo.
A la vuelta del Festival de Benicàssim planeé hacer pequeñas excursiones durante el camino a Madrid. Mi idea era tomar la carretera de Valencia y salirme en todos aquellos puntos que pudieran tener algo de interés. Pero el plan cambió.
Mi amigo Luis propuso desviarnos totalmente y recorrer
el norte de Castellón. Magnífica idea. Fuimos todo el tiempo por carreteras secundarias y descubrí sitios muy curiosos.
La primera parada la hicimos en
Ares del Maestre si no recuerdo mal (Luis, corrígeme si me equivoco), un pueblecito pequeño en el interior de Castellón, en plena comarca del Maestrazgo. Está al fina de una cuesta imposible que Luis se ha subido alguna vez con la bicicleta, después de hacerse no sé cuántos kilómetros.
Tiene algunos rinconces muy bonitos, como la plaza donde estaba la antigua cárcel y una
cueva que cruzamos sin pararnos a pensar si podía ser peligroso o no. Supongo que no lo era porque andaban haciendo obras allí.
Me encanta pararme y mirar el campo (qué bonito el campo, que diría el amigo Luque) y
no oír nada más que los pájaros, los cencerros de las vacas y el rumor de los árboles al pasar el viento entre sus ramas, que parecen que estén hablando contigo.
Me encanta. Sirve para desconectar completamente del bullicio de la gran ciudad, de las prisas, los atascos, los bocinazos, el ruido del metro, los frenos de los autobuses, los gritos, la carga y descarga, las obras... Sirve para encontrar la tranquilidad anhelada.
Después proseguimos nuestro camino y llegamos a uno de los últimos pueblos de la provincia de Castellón -claro que esta afirmación depende de cómo tomes el mapa-,
Morella. Este pueblo es precioso.
Es un pequeño pueblo
medieval, con sus calles de piedra, con sus fachadas con escudos y sus subidas, sus constantes subidas hasta el
castillo, fortaleza impenetrable en lo más alto de la colina. Intentamos llegar hasta él, pero calor tremendo del mes de julio nos hizo abandonar tal osadía. Así no hay quien se haga con un castillo...
Después de comer fuimos al
Santuario de la Balma, un santuario erigido a la Vírgen en plena roca. Cada uno puede tener la fe que decida o, incluso, no tener pero yo recomiendo encarecidamente visitar este lugar porque es
realmente impresionante lo que es capaz de hacer el hombre.
Está construido en la roca y cuando entras, entras al interior de una especie de gruta. Dentro uno ve todo lo que los fieles han ofrecido a la Vírgen para que escuche sus plegarias, y allí hay desde vestidos de novia hasta piernas ortopédicas. Me pareció un poco
sobrecogedor.
Nuestra siguiente parada fue pura casualidad. Entramos en la provincia de
Teruel, que sí, que existe, donde disfrutamos de maravillosos paisajes. Hubo un momento que tomamos una carretera que parecía abrirse camino por en medio de un bosque, pues teníamos árboles a ambos lados y no dejaban ver nada más que ramas verdes.
Y en un momento, al otro lado divisamos unas colinas negras. Era una
mina. Pensamos que podía tratarse de pizarra por la forma y la textura que aparentaba, pero luego descubrimos que se trataba de
carbón. Y a la vuelta de una curva el descubrimiento del viaje, nuestro lugar mágico de Teruel.
Llegamos sin darnos cuenta a la
central térmica de Aliaga. Aliaga es un pueblo de poco más de 500 habitantes pero mientras estuvo abierta la central llegó a tener casi los 2.000. Cerraron la central en los años 80. La verdad es que resulta imponente ver toda esa mole de cemento y torres de electricidad abandonada. Y no había nadie. Y no pasaba nadie por la carretera. A los dos nos pareció algo alucinante haber dado con aquello.
Estuvimos un rato por allí y luego ya volvimos a Madrid del tirón, que se hacía tarde.
Belmez de la Moraleda
En la provincia de Jaén, en plena
Sierra Mágina, se encuentra un pueblo que entro en la historia mágica de España por los hechos sin explicación que ocurrieron en la casa de una mujer que respondía al nombre de María Gómez Cámara.
También con Luis visité ese paraje. Hace unos años, en el puente del 1 de noviembre, festividad de los difuntos -no fue a propósito, simplemente coincidió- nos bajamos al pueblo para ver qué era aquello de las Caras de Belmez.
Belmez es un pequeño pueblo de unos mil habitantes, típico pueblo andaluz con
casas encaladas en blanco, con unas cuestas indecibles y con un bar que me resultó muy curioso en plena plaza del pueblo: Bar El Comunista.
No voy a hablaros del tema porque ya hay mucha literatura sobre ello y además escrita por investigadores de todo tipo. Y tampoco voy a contar si yo viví algún fenómeno paranormal allí o no. Aquello se queda para mí, para Luis y para mis más próximos.
Pero sí quiero hablaros de la Sierra Mágina. Me encantó ciruclar por allí con el coche. Las carreteras que atraviesan estas
montañas van casi vacías. Bajas la ventanilla y solo escuchas el runrún del motor del coche y
respiras la tranquilidad del campo.
Al fondo se levantan esas moles de piedra impasibles, coronadas por una mínima
niebla que las envuelve de
misterio. Del otro lado, creo, el
Santuario de Santa María de la Cabeza, donde un reducido grupo de Guardias Civiles de Bélmez intentaban sobrevivir el asedio del bando republicano. Allí, según algunos expertos, se encuentra el origen de las Caras de Belmez.
Y vuelvo a la Sierra Mágina para cerrar el post, que el sueño ya me está apretando y ni me deja mantener los ojos abiertos, ni me deja pensar con lucidez lo que quiero escribir. Y termino, pues, recordando la
majestuosidad de la sierra, el aire misterioso que se respira y de nuevo, la tranquilidad del campo...
Qué bonito el campo, que diría el amigo Luque.
Otro día, más lugares con encanto.