sábado, 5 de septiembre de 2009

El hombre que caminó junto al búfalo


Llevaba horas caminando solo por la llanura americana. No se había cruzado con nadie en todo el día. El sol brillaba en el cielo y corría una suave brisa que le refrescaba en su caminar. Un búfalo. Ese fue el primer ser vivo vertebrado que se cruzó en su paseo. Allí estaba, pastando en mitad del prado próximo a unos árboles.

Pasó a cierta distancia del animal, no fuera a ser que se molestara por la compañía y decidiera embestir. Cuando comenzó a alejarse el búfalo echó a andar en su misma dirección. Parecía que le iba siguiendo.

Al cabo de unos minutos, se encontró con un pequeño cementerio en medio de la nada. Las tumbas eran muy antiguas. Casi todas estaban fechadas entre los siglos XVIII y XIX. Caminó por los diminutos pasillos entre las lápidas. A unos metros le seguía el búfalo.

“No puede ser, no puede estar siguiéndome”, pensó. Pero el búfalo también se metió en el cementerio tras sus pasos. Paró en un extremo del cementerio para comprobar qué hacía el búfalo. El animal se quedó inmóvil mirándole y prosiguió hacia él optando por el camino más corto. Entonces se movió y se fue hacia otro punto del cementerio, colocándose en mitad de uno de esos pequeños corredores entre lápidas. El búfalo paró y le miró, y decidió ir hacia él de nuevo por el camino más corto.

Esta operación la repitió hasta dos veces más hasta que se convenció de que el búfalo le seguía. ¿Qué querría? ¿Querría hacerle daño?

Se volvió y echó a andar si mirar atrás, sin saber qué estaría haciendo el búfalo e intentado evadir su pensamiento, pues la inquietud se iba apoderando de él. De repente sintió unas pisadas fuertes justo tras de él y se volvió súbitamente. El búfalo le había alcanzado y comenzó a lamerle la mano.

No lo entendía. El búfalo estaba lamiéndole la mano como si se tratara de un cachorrillo. Le acarició la cabeza y el lomo, y el búfalo cerraba los ojos con una expresión de gusto y satisfacción.

De nuevo echó a andar con el búfalo a su lado. Tras una larga caminata se encontró con familiares y amigos en un merendero. Estaban dispuestos para celebrar un picnic y se juntó con ellos. Les contó la historia del búfalo y ellos la siguieron completamente atónitos, lanzando miradas de incredulidad de vez en cuando sobre el animal, que descansaba tumbado a la sombra de un árbol.

Después de comer fue a sentarse junto a su nueva mascota y allí se recostó, echando la cabeza sobre el suave y blando lomo del animal, cual almohada. Al rato volvieron a ponerse en marcha. Con ellos iba un amigo.

Estuvieron andando durante un breve periodo de tiempo hasta que llegaron a la ciudad. Siguieron caminando por sus grises calles cuando cruzaron dos policías en moto. De repente algo no iba bien. Los policías dieron medio vuelta y pararon sus vehículos, caminando hacia la comitiva.

Entonces, los tres aligeraron el paso y aún más al doblar la esquina. Tras unos metros se ocultaron tras un kiosko de obra. Se tumbó en el suelo con el animal y le echó una chaqueta por encima. El amigo se quedó en pie intentando disimular.

Los policías les alcanzaron. Ahora iban ataviados con batas blancas, guantes de latex y mascarillas.

- ¿Qué hace con un búfalo en la ciudad? – preguntaron.
- Nada, señor, ya nos íbamos – contestó.
- ¿Y a dónde se dirigen?
- Volvemos a casa, a España.
- ¿No sabe que no puede sacar un búfalo del país? ¿Qué demonios es…? ¡Este búfalo es nuestro! – gritó el agente mientras comprobaba unas marcas hechas a fuego sobre las orejas del animal.

El búfalo tenía numerosas marcas. Unas en las orejas, otras marcas como profundos arañazos cruzándole la cara y unas siglas, BBC, repetidas en el cuello.

- ¿Ve? Alguien ha sacado a este animal antes… Estos arañazos de la cara son propios de los países orientales. Allí los matan, ¿sabe? Haciéndoles sufrir… - el policía hablaba con una voz profunda y seria, y mientras relabata estos hechos su rostro se iba tornando en una mezcla entre profuso enfado y aflicción.

Se detuvo mirando las marcas del cuello…

- ¿Y qué es esto de la BBC? – preguntó -. ¿Desde cuando estos ingleses de mierda tienen interés en nuestros búfalos? Es lo que faltaba…
- Caballero, lo siento mucho pero no se puede quedar con el animal, nos lo llevamos – sentenció el segundo policía.
- Pero… si es como un perrillo, mire – contestó poniendo la mano en la testuz del animal, que empezó a lamerla con cariño.
- Lo siento, pero nos lo tenemos que llevar.
- Deje, por favor, que al menos me despida de él.

De pronto se vio sentado junto a una niña pequeña. No tendría más seis o siete años y hablaba español perfectamente, aunque de vez en cuando se atrancaba y recurría al inglés para terminar su frase.

- Supongo que aquí termina todo – dijo él -. Me temo que ya no nos volveremos a ver. Ha sido un placer caminar contigo todo este tiempo y estoy convencido de que habríamos disfrutado mucho en mi país.
- Te voy a echar mucho de menos – respondió la niña -. No quiero que te vayas.
- Pero no queda más remedio. Estos señores te llevarán con ellos. Seguro que cuando te hagas mayor serás una mujer increíble. Lástima que no vaya a poder verlo.

Y tras esas palabras, se levantó. Permaneció inmóvil, cruzando su mirada con la de la niña, que permanecía sentada. Entonces un policía la cogió del brazo y dijo ¡nos vamos!

Y allí quedaron solos, en pie, él y su amigo. Empezaron a caminar hacia la puesta de sol y el amigo le echó un brazo por encima y le dijo: - Venga, vamos a tomar unas cervezas…

No hay comentarios: